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25 dic 2012

Tierra de misterios y leyendas

 
 
Por Diana Pazos / ESPECIAL PARA CLARIN
Un viaje en crucero por el río Solimões hasta el famoso “encuentro de
las aguas”. La vida a bordo, entre comunidades que viven en casas
flotantes, pesca de pirañas y un baño con delfines rosados. Además,
trekking por la selva, avistaje de yacarés y los vestigios de la
fiebre del caucho en Manaos.
 
 
Sólo faltan veinticuatro horas para internarse en ese exceso de la
naturaleza llamado Amazonas , que ya desde el aire promete una
experiencia sublime. A medida que el avión se aproxima al manto verde
compacto interrumpido por las curvas del río más caudaloso del mundo,
el tejido comienza a dejar algunos claros inquietantes en los que van
tomando forma los seres –amables y no tanto– que habitan en la selva.
Pero vayamos por partes, porque antes de embarcarnos –literalmente– en
las aguas plagadas de yacarés, víboras y pirañas, nos espera un día
entero en una jungla urbana: Manaos .
 
Al norte de Brasil , la capital del estado de Amazonas aparece como
una contradicción entre su ritmo vertiginoso y su calor asfixiante,
entre su incomodidad geográfica y sus 1.800.000 habitantes. Como todo
caos lejano y ajeno, Manaos funciona como un imán desopilante y una
señal de alerta al mismo tiempo, aun para quienes estamos habituados a
padecer junglas de asfalto sudamericanas, superpobladas de gente
apurada que llegará a destino de la forma más rápida y despiadada que
pueda.
 
Fundada por los portugueses en 1669 a unos 4.000 km de San Pablo,
todas las explicaciones sobre la riqueza acelerada de Manaos
encuentran sus raíces –vaya paradoja– en un árbol, que provocó la
“fiebre del caucho”, así como su decadencia aún latente vino con sus
inesperadas ramificaciones. Esta historia se extiende desde 1860 hasta
1920, cuando aquí se vivía el boom del seringueira (caucho, en
portugués) y era la única ciudad de Brasil con luz eléctrica y avances
tecnológicos que casi nadie tenía: tranvía, avenidas construidas sobre
pantanos y edificios imponentes de estilo europeo (el Teatro Amazonas,
el Palacio de Gobierno, el Mercado Municipal y la Aduana, entre
otros). Algunas abandonadas, otras devenidas museos, las
construcciones dan cuenta de aquella “París de los trópicos” que
derrochaba excentricidad y satisfacía a una nueva clase rica que
quería vivir con las comodidades y lujos del Viejo Continente.
 
El furor del caucho
Nada más atinado que haber traído a este viaje la novela de aventuras
“Fordlandia”, el nombre autorreferencial que le diera el magnate Henry
Ford a la ciudad que decidió fundar en el Amazonas, con el objetivo de
levantar la más fabulosa fábrica de caucho del planeta, cansado de
pagar sobreprecios a la materia prima que le vendían los ingleses para
usar en sus neumáticos. Es así como miles de hombres llegaron hasta “
la pared vegetal prolongada hasta el absurdo ” o la tierra remota
donde “ el sol gobierna impunemente ”, sin tener en cuenta que “ la
selva sabe defenderse de sus verdugos ”.
 
Los relatos de la lucha sin tregua entre los hombres y la naturaleza
(en la que nada responde conforme a lo esperado) atrapan como una
telaraña y, salvando las distancias –argumentales y geográficas– se
comprende en estas instancias un poco más la locura desatada en el
entrañable “Corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad y en la
película “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola. El sacerdote de
“Fordlandia” lo resume así: “ …Nadie sabe cuál es la razón por la que
nos trastornamos cuando habitamos en la selva… En la selva hay algo
inhumano que primero nos retiene, después nos sacude y finalmente nos
llama para tragarnos” .
 
El furor del caucho llegó a su fin con la producción comercial a gran
escala del caucho sintético en la Primera Guerra Mundial y la
expansión que logró en la Segunda. En el caso concreto de Manaos, ante
los sucesivos problemas económicos y sociales acarreados por los altos
índices de desempleo y la multiplicación de favelas, los gobiernos
decidieron crear en este sitio una zona franca, libre de impuestos, y
un parque industrial impulsado por ventajas impositivas.
 
Es entonces cuando el bullicio envolvente necesita ser ordenado,
aunque sea mentalmente. En primer lugar, visitamos el Palacio Río
Negro, la suntuosa residencia del alemán Karl Waldemar Scholz, quien
se instaló en la floresta amazónica en los prósperos comienzos del
siglo XX. Aún hoy, resultan desmesuradas las dos plantas con una
galería en la que el calor es mucho más piadoso. Sede de Gobierno en
las décadas posteriores y actual centro turístico y cultural, además
de exhibir en sus salas los símbolos del estado (el himno y la bandera
del Amazonas, por ejemplo) el palacio tiene registros fotográficos de
los tiempos en los que el río Negro estaba ahí nomás de la entrada.
 
Mientras avanzamos por calles donde se venden cientos de relojes y
celulares liberados a precios sorprendentes, junto a ropa y zapatos
con predominio del plástico, divisamos una cúpula con los colores de
la bandera de Brasil. Se trata del famoso Teatro Amazonas, construido
en 1896, para que las clases adineradas asistieran a la ópera sin
añorar la lejana Europa. El teatro aparece en la multipremiada
película “Fitzcarraldo” que, si bien hace foco en la Amazonía peruana
e Iquitos, se basa en la historia real de un amante de la ópera
obsesionado por construir un teatro en la selva en el siglo XIX.
 
Todos los edificios señoriales y ostentosos fueron levantados con
materiales especialmente traídos de distintas ciudades europeas, tanto
los que quedan en pie impecables como los que fueron devorados por la
vegetación. En ninguno de los dos extremos se encuentra el Mercado
Municipal, pero merecería figurar en un “top ten” de los mercados más
locos del mundo (si tal categoría existiera). Bajo su gran estructura
de hierro –mitad inglesa, mitad francesa–, una multitud uniformada de
blanco y gorra de rigor descama y filetea algunas de las 1.700
especies de pescados de agua dulce que se conocen en la región.
Sorprende no sólo la cantidad de los pescados sino el tamaño de la
mayoría. Al llegar al puesto donde se vende el pirarucú, lo primero
que uno piensa es que comer ese filet podría demandar un par de meses;
una reflexión descartada un segundo después por otra, igualmente
inocente y realista: ¡el pirarucú no entra en nuestra heladera! Para
demostrar que no exageramos, las cifras avalan estas impresiones: este
es el pescado con escamas más grande del mundo que, en promedio, pesa
unos 150 kg y mide 2,5 metros de largo.
 
A pocos metros del mercado –también tiene un ala dedicada a las frutas
y verduras– está la Feria de la Banana y el puerto, la terminal del
transporte público regional. Como si fuera Retiro, en Buenos Aires,
pero con barcos. Belém, Monte Alegre, Santarém y Porto Velho aparentan
ser los destinos con mayor demanda en los numerosos puestos callejeros
(imaginen una seguidilla de mesas y sillas de plástico con sombrillas
frente al río Negro) que venden pasajes.
 
Camiones repletos de mercadería (esto ocurrió en noviembre, cuando no
habían comenzado las lluvias que se prolongan hasta mayo, y había
orilla donde estacionar); hombres cargando paquetes, valijas y
carretillas; viajeros embarcando para hacer un trámite, visitar un
pariente o irse de vacaciones… Así es el puerto de Manaos, reafirmando
la frase que escucharemos una y otra vez en esta travesía: “En vez de
rutas, tenemos ríos”.
 
Los pueblos flotantes
Finalmente llega la hora de dejar Manaos y la mirada encuentra, entre
cientos de barcos, un nombre que le resulta agradable: Iberostar Grand
Amazon . Pocos minutos después, embarcamos con el propósito de
recorrer el río Solimões (es decir, el propio río Amazonas en el tramo
comprendido entre la triple frontera de Brasil-Colombia-Perú y
Manaos). La noche sofocante nos encuentra en la piscina del barco
tomando una caipirinha y la luna llena ilumina las aguas claras.
Decidimos que es una señal de buen augurio.
 
A las ocho de la mañana será nuestra salida en lancha y el primer
contacto estrecho con el Amazonas brasileño. Los datos son
reveladores: en la selva amazónica vive y se reproduce más de un
tercio de las especies existentes en el planeta. En una región de
clima caliente y húmedo, el Amazonas tiene un millón de km2, en gran
parte cubiertos por la mayor y más diversificada floresta tropical del
mundo. A su vez, el estado más grande de Brasil tiene una cuenca
hidrográfica que representa el 20% del agua dulce del globo,
incluyendo al río Amazonas. Su nombre encuentra relación con la
mitología griega y ciertas bases históricas, que hablan de una antigua
nación formada por mujeres guerreras que se cortaban el pecho derecho
para usar su arco y las lanzas con mayor libertad. Con los siglos, las
teorías las ubicaron en lugares aún más remotos. Por ejemplo, el
conquistador Francisco de Orellana aseguró haber luchado en Sudamérica
con mujeres corpulentas que arrojaban cerbatanas y flechas con veneno,
por lo que el río recibió su nombre. Mito o realidad, y más allá de
las amazonas del siglo XX (como Wonder Woman o Xena), este tramo del
río se llama Solimões. Y su nivel, bajo hasta noviembre, permite ver
muchos yacarés. Nuestro guía, Rafael, termina esa frase y justo
aparece un ejemplar negro que nos sigue con la mirada. Mejor nos
alejamos...
 
Saludan a su paso, pescadores que lanzan redes desde sus botes, con
motores de rabeta que usan como generadores en sus casas. Dispersos
aquí y allá, cruzamos caseríos flotantes, donde la estación de
servicio y el bar se levantan también sobre grandes troncos que mecen
las crecidas. Algunos pobladores viven en pequeñas casas de madera que
flotan, pero gran parte de los habitantes directamente reside en
barcos. En ambos casos, es frecuente verlos a todos dormir en hamacas
paraguayas.
 
Luego de pasar por un astillero indígena (construyen los barcos “a
ojo” y transmiten sus conocimientos de generación en generación),
bajamos para visitar la casa de Alvaro. Nieto de un recolector de
caucho, el esposo de Leia tiene nueve hijos (un buen número, dicen,
para demostrar que su matrimonio anda sobre rieles y, también, para
que los chicos ayuden en el cultivo de la mandioca). Con cortinas a
modo de puertas y hamacas en lugar de camas (parece que entre los
jaguares, las víboras y todo el repertorio de alimañas es lo más
seguro), la casa se levanta sobre pilotes, en un terreno más alto.
Claro, esta alternativa de vivienda resulta más costosa.
 
Leia y sus hijos sirven jugos y enseñan cómo juntan el agua de lluvia
en recipientes, explican las bondades de sus plantas medicinales y
revelan los secretos del urucún, un fruto rojo ideal para maquillarse
y protegerse del sol.
 
Al hablar de pueblos originarios, basta con citar algunos números para
comprender su realidad: en el siglo XVI, cuando llegaron los europeos,
había 5 millones de indígenas en todo Brasil; en 2008, quedaban
400.000. Con respecto al Amazonas, en la actualidad, se registran 76
etnias dispersas. Los caboclos viven de la agricultura, la caza y la
pesca, mientras que los ribeirinhos –como su nombre lo indica–
prefieren la ribera para abocarse a la pesca. Ya no quedan grupos
nómades en las orillas porque evitan el contacto con los hombres
blancos en general y con los turistas en particular.
 
Cuenta Rafael que hay unos 18 grupos internados en la selva y que
nunca tuvieron contacto con otras personas. Entonces recuerda la
anécdota de un grupo de periodistas alemanes que intentaron
contactarlos hace unos años y, si bien los dejaron salir con vida en
sus naves, antes arrojaron su ropa y sus cámaras al agua.
 
Mucho más inocente es nuestra recorrida por Manacapurú , la segunda
ciudad más grande del Amazonas después de Manaos. Tiene 90.000
habitantes y vamos en lancha porque, como casi todo en el río
Solimões, es flotante. Un poco más osado es el trekking por la selva,
entre árboles de caucho, lianas, irupés y huecos donde viven
tarántulas (por suerte, salen de noche). Y sospechamos que nuestra
emoción al “pescar pirañas” despierta cierta ternura entre los
expertos en el tema que libran verdaderas batallas con peces de más de
cien kilos.
 
Cuando esta cronista –y todos los integrantes del grupo– logra sacar
dos pirañas blancas y una roja sin esfuerzo llega la primera
conclusión: no debe ser nada complicado. Sin embargo, pronto nos
aclaran que aquí hay millones de pirañas de 15 especies y que las
negras pueden convertir en sólo diez minutos a una persona –lastimada,
eso sí– en un esqueleto.
 
Pero si uno tuviera que ser inevitablemente devorado por algún animal
en estas aguas, lo único que pedimos es que no sean los candirús. Para
quienes creíamos que se trataba de un mito selvático, los terroríficos
peces-bacteria existen, ingresan por los orificios –y si no encuentran
ninguno, lo fabrican en segundos– y ¡se alimentan de las vísceras!
 
Avistaje nocturno de yacarés
Por si el último dato no provocaba pesadillas, esa misma noche salimos
a hacer avistaje de yacarés. En la más absoluta oscuridad, en
silencio, entre camalotes pantanosos... La lancha se detiene junto a
la costa y Rafa –ahora lo llamamos así– hace un rastrillaje con su
reflector, los escandila y atrapa por unos minutos a dos pequeños para
que todos puedan verlos de cerca y fotografiarlos. Entonces, ocurre lo
más imprevisto e imprudente: cuando descubrimos un yacaré de casi tres
metros, un pasajero tiene la ocurrencia de clavarle una rama en el
lomo, logrando que salte en nuestra dirección. Los alaridos, risas,
insultos e inestabilidad que sufrió la lancha quedaron registrados por
un colega, cuyo video termina “en negro” luego de los gritos,
obteniendo una película de terror casera que veremos mil veces.
 
Pasado este susto, hablemos de Rafa que, entre paréntesis, se parece
bastante a Nadal. Los hombres del grupo no le reconocen mayor mérito,
aunque toca la guitarra, cuenta un sinfín de historias de aventuras en
portuñol, hace supervivencia en la selva, es DJ si hay fiesta, nada en
el río Negro y enseña a hacer pulseras y tobilleras. No se sabe si
resultado de su valentía o de su inconciencia, porta heridas de
mordeduras de pirañas, yararás, delfines, yacarés, perezosos, monos
y... ¡candirús!
 
En la última mañana, la cita es en el cuarto puente para asistir al
Encuentro de las Aguas.
 
El esperado fenómeno natural consiste en la confluencia del río Negro
–oscuro y ácido– y el Solimões –amarillento–, que a lo largo de 6 km
corren paralelos sin juntarse por sus diferencias de temperatura,
velocidad y densidad. Una explicación científica que circula junto a
las historias de los delfines y el mito de las aguerridas amazonas,
sin tampoco mezclarse. Es que en estas tierras misteriosas las
leyendas son sagradas.
 
 
IMPERDIBLE
 
Delfines rosados y anacondas
 
Se navega una hora y media por el río Negro, partiendo desde Manaos
hasta Recanto do Boto, un emprendimiento junto al lago de Acajatuba,
en el municipio de Iranduba. El mayor atractivo de la excursión a esta
comunidad de 16 familias, consiste en tomar un baño con los delfines
rosados (botos, en portugués). Si bien también hay algunos grises, los
delfines de color rosa son la gran sorpresa del lugar, por su
temperamento feroz y su dentadura poderosa. Con el agua a la cintura,
nos piden que tengamos las manos en alto –como si fuera un asalto–
porque pueden mordernos al confundirlas con las sardinas que les
provee el entrenador. Cuando los animales saltan con furia, les
tocamos el cuerpo llamativamente blando y nos cuentan una leyenda. Se
dice que en las noches de fiesta, las jóvenes de la región suelen ser
raptadas por delfines, y semanas más tarde, aparecen embarazadas.
Cuesta creerlo, pero hay niños anotados como hijos de María
(supongamos) y Boto (¡un delfín!), al desconocer quién es el padre.
 
En el momento menos pensado, llega nadando un perezoso de tres dedos,
y se muestra tan sociable como los monitos que nos esperaban minutos
más tarde en el Ariaú Amazon Towers, el hotel levantado sobre pilotes
en medio de la selva, donde se filmó la película “Anaconda” (aunque no
tan grandes, las hay en cantidades) y el reality “Survivor”. Lo mejor
del lugar: las “casas de Tarzán” en las copas de los árboles a las que
se trepa con escaleritas de madera. Cuando visitamos una de estas
cabañas situadas a 20 metros del suelo, entran cinco monos que serán
imposibles de desalojar, piensa uno. Pero el encargado aplaude dos
veces y salen todos en fila.
 
 
MINIGUIA
 
COMO LLEGAR. De Buenos Aires a Manaos, con una o dos escalas, desde $
2.500 más impuestos por LAN, GOL y TAM.
 
PAQUETE. Con pasajes aéreos a Manaos, traslados, 2 noches en el Hotel
Tropical de Manaos, con desayuno y city tour
(www.tropicalhotel.com.br) y 3 noches en el crucero Iberostar Grand
Amazon con régimen all inclusive, US$ 2.350. El barco ofrece barra
libre con buenas etiquetas, piscina, cabinas con balcón, gimnasio,
biblioteca, tienda de regalos y sala de eventos
(www.grandamazoncruises.com; www.iberostar.com.br).
 
ATENCION. En el Amazonas llueve de diciembre a mayo, y los ríos crecen
hasta 20 metros. Según el interés del viajero, se puede visitar todo
el año.

Cacao que produce Café

M-TUR